Hoy fuimos testigos de una elección que, en teoría, marcaría un antes y un después en la vida institucional del país: la renovación del Poder Judicial. Un momento histórico, decían, en el que “el pueblo” tendría voz directa para elegir a jueces y magistrados. Pero lo que vimos fue otra cosa: una escenografía barata de participación, con actores forzados y un guion dictado desde las oficinas del poder.

Porque no nos engañemos: esta elección no fue un ejercicio de ciudadanía, sino de control político. Camiones repletos de votantes movilizados por estructuras partidistas, operadores que entregaban papeletas con los nombres ya subrayados —como si se tratara de una lotería prearreglada—, y “coordinadores” que vigilaban que nadie se saliera del guion. Así se construyó esta jornada que, supuestamente, iba a devolverle al pueblo el poder de decidir.
El discurso oficial habla de democratizar el Poder Judicial, de quitarle privilegios a las élites togadas y entregarle el timón de la justicia al pueblo. Pero en los hechos, lo que se hizo fue convertir al sistema de justicia en otro botín político, otro espacio más donde impera el clientelismo, no la legalidad.

¿Cómo vamos a confiar en una judicatura elegida entre acordeones y acarreados? ¿Cómo vamos a respetar a magistrados que llegaron al cargo gracias a una movilización, no a su trayectoria o capacidad?
Nos dijeron que el pueblo mandaba. Pero lo que vimos fue que mandó la consigna. Mandaron los líderes territoriales. Mandaron los intereses que, bajo el disfraz de democracia directa, tomaron por asalto uno de los últimos poderes que aún conservaban un mínimo de independencia.

El Poder Judicial no se transforma con votos manipulados. Se transforma con verdadera reforma, con autonomía, con justicia. Hoy no la hubo.
Y lo peor es que, con esta elección, no solo se compromete la imparcialidad de los tribunales: se normaliza que todo pueda ser electo a gritos y presiones, sin análisis, sin méritos, sin principios.

¿Así que el pueblo manda? No. Hoy mandaron los operadores. El pueblo fue solo el pretexto.